2002
Sin perder nada de lo que ya era consolidada tradición, la 37ª edición del Festival se desbordó hacia nuevos espacios musicales y geográficos. Y pese al riesgo de ambas propuestas, el público, sobre todo el joven, las aceptó y disfrutó de manera categórica: unos 55.000 espectadores desfilaron por los distintos recintos.
Balance
Una de las novedades más llamativas fue el Escenario Verde de la Playa de Zurriola, en el que se programaron actuaciones dirigidas a un público más joven de las tendencias conocidas como electrojazz y chill out. Aunque el primer día el tiempo no acompañó a los excelentes conciertos de los noruegos Bugge Wesseltoft y Nils Petter Molvaer, la gente respondió con entusiasmo, y más aún las noches siguientes, cuando un clima más benigno realzó las actuaciones de Llorca, Bedrock 3 (el último proyecto de Uri Caine) y Heineken Ultissimo (un grupo variopinto liderado por Mark Ledford), así como los intermedios amenizados por el pinchadiscos local Javi Pez.
El Jazz Band Ball fue recuperado en las Terrazas del Kursaal y con entrada gratuita. Tanto el Escenario Frigo y la Carpa Heineken como el Escenario Verde vieron un desfile incesante de público que desafió con buena disposición al pertinaz sirimiri. El Tiny Bell Trio de Dave Douglas fue quizá el triunfador de la noche, pero cada espectador supo encontrar su hueco: música dixie a cargo de los abogados alemanes que componían la Wiesbadener Juristenband; una Jam Session protagonizada por lo más selecto del jazz español; el rigor interpretativo de una juvenil gran banda americana, la Roosevelt Jazz Band; y el entusiasmo no menos juvenil de los septuagenarios Cool Crooners of Bulawayo, llegados desde el lejano Zimbabwe.
La jornada siguiente se inició en la Sala de Cámara del Kursaal con un concierto tan serio como divertido a cargo del Dave Douglas-Misha Mengelberg Quartet, con el espectacular Han Bennink haciendo de las suyas con la batería. La Plaza de la Trinidad registró su primera gran entrada para escuchar a Chick Corea, que sedujo al público en formato de piano solo, y a los mejores exponentes del jazz flamenco, reunidos para festejar el vigésimo aniversario del sello Nuevos Medios: el trío Benavent-Di Geraldo-Pardo, el grupo de Diego Carrasco y el de Diego Amador. El fin de fiesta fue una auténtica juerga gitana conducida con desparpajo por Diego Carrasco y a la que se sumó el mismísimo Chick Corea.
Después, la animación continuó en las terrazas del Kursaal hasta entrada la madrugada, con la culminación del programa conocido como Gazztejazz a cargo de Llorca, Uri Caine y Brüknahm Project, un joven conjunto neoyorquino encuadrado en la gira del decimoquinto aniversario de la Knitting Factory en la que también participaban Vibes y Gutbucket, otros dos de los grupos encargados de animar las noches donostiarras.
El día 26 Dave Douglas volvió a demostrar su versatilidad, esta vez con su New Quintet, ante una Sala de Cámara repleta. Pero la fiesta iba a ser en la Plaza de la Trinidad, donde Bill Wyman con sus Rhythm Kings y Maceo Parker con su potentísima banda pusieron a la concurrencia a bailar desde el comienzo. En los Rhythm Kings se reunía lo más selecto del r & b británico (Georgie Fame, Albert Lee, Terry Taylor).
El 27, Abdullah Ibrahim reprodujo la magia de su concierto de cuatro años antes, esta vez con la inmejorable acústica del Auditorio del Kursaal. En la Trini, clasicismo contemporáneo y elegancia se combinaron en las actuaciones de Charles Lloyd, que llevaba en su cuarteto a la siempre interesante pianista Geri Allen, y Elvin Jones, que tributaba un homenaje a John Coltrane y fue galardonado con el Premio Donostiako Jazzaldia de ese año. Era sábado, hacía buen tiempo y la música programada era excelente, lo cual animó a muchísima gente a acercarse hasta el Kursaal y prolongar la velada. El pianista argentino Adrián Iaies presentó en el Auditorio su elaborada propuesta de tango-jazz.
La jornada dominical del día 28 fue también extraordinaria. En la Sala de Cámara, Andrew Hill dejó boquiabiertos a los más entendidos. En la Trinidad, el camerunés Richard Bona echó mano de toda su simpatía haciendo cantar al público. Después, David Murray evidenció al frente de su Big Band su capacidad para fusionar el jazz y los ritmos cubanos, con algunos aportes de avant-garde.
Otro llenazo histórico en la Trinidad el día 29. James Brown demostró que seguía pletórico de fuerza, comandando un gran espectáculo de hora y media con todo tipo de recursos: una banda sólida, un maestro de ceremonias de riguroso blanco, desde el sombrero hasta las botas, cuatro efectivas coristas y dos bailarinas espléndidas, entre ellas Sara Raya, una barcelonesa que llevaba cuatro años con el “padrino del soul” y que se marcó un rap en castellano durante el Sex Machine. Extraordinaria fiesta con 3.600 personas en la Plaza y casi otras tantas en una Cofradía Gastronómica a punto de venirse abajo.
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