Cuando todavía muchas personas se estaban bañando en el mar y al sol le quedaba un buen trecho para alcanzar el horizonte, Howe Gelb abrió el Festival en el Escenario Verde con el refuerzo impagable del coro de gospel Voices of Praise.

Jazz Jamaica.
Jazz Jamaica.

Balance

Casi sin transición y con una puntualidad convertida en imagen de marca de este Festival, comenzaron dos actuaciones completamente diferentes en el Espacio Frigo (Synthesis, una de las mejores big bands universitarias de Estados Unidos) y la Carpa Heineken (Joachim Kühn Iberia Trio, con el contrabajista Baldo Martínez y el batería Ramón López).

En la playa, ya de noche, era el turno de uno de los grandes de la música de Nueva Orleans: Dr. John. El célebre saxofonista Donald Harrison, que estaba ya en San Sebastián para actuar con el Septeto de McCoy Tyner, no quiso perderse la fiesta y subió a tocar, y también lo hizo el trompetista Abram Wilson, de Jazz Jamaica, que actuaba a continuación.

En el Escenario Frigo entró como un torbellino The Soul Tellers, la banda multinacional liderada por el español Miguel Ángel Julián, que puso a todo el mundo a bailar con su soul descarado. En la Carpa Heineken, Mirall Quartet demostraba el acierto por parte de la organización al incluir en el programa del Jazzaldia a diez grupos formados por músicos locales.

Y, por fin, la fiesta en la playa: ska, reggae, jazz y sonido Motown. Todo eso es capaz de hacer a la vez Jazz Jamaica, una de las bandas más marchosas de los últimos tiempos.

Para los buenos aficionados al jazz, un solo de saxofón de Yusef Lateef es como para los taurinos una verónica de Curro Romero. Si además el maestro está inspirado y rodeado por unos subalternos de lujo, como son los hermanos Belmondo, se comprende por qué el público que asistió a la sesión de tarde del Kursaal el 22 de julio estaba en la gloria.

Había otro maestro esa jornada: McCoy Tyner en plenitud artística. Y, secundando al mítico pianista, qué cuarteto de viento (Wallace Roney, Steve Turre, Eric Alexander, Donald Harrison) y qué trío de ritmo (Charnet Moffett y Eric Gravatt).

En las Terrazas del Kursaal, mucho y bueno. Las canciones del legendario grupo King Crimson no solo están entre las mejores de la historia del rock, sino que además pueden convertirse en standards del jazz gracias a The Crimson Jazz Trio. La animosa Juristenband procedente de Wiesbaden, ciudad alemana hermanada con San Sebastián, puso la alegría del swing tradicional. Y, como todos los días, fiesta en la playa, esta vez con la última propuesta del inquieto DJ donostiarra Javi P3z y con el scazz de Jazz Jamaica.

La vanguardia estilística la puso Erykah Badu, la nueva reina del soul, en su concierto de medianoche en un abarrotado Auditorio del Kursaal.

En la tercera jornada, la exquisitez musical de Jacques Loussier encantó al Auditorio con su personal revisión de los “grandes éxitos” de los compositores clásicos. En la Trinidad, gran sesión de Chano Domínguez, que volvió a convencer con su fusión de flamenco y jazz, y Béla Fleck, el mago del banjo. En los alrededores del Kursaal volvió a concentrarse un gran gentío. The Pinker Tones y Tortured Soul animaron el Escenario Verde. El Espacio Frigo tuvo como concierto estelar el de Bedrock Trio, uno de los proyectos estables del camaleónico Uri Caine. Y otra actuación interesante en la Carpa: la de Elkano Browning Cream, un trío de groove formado por el vasco Mikel Azpiroz, el americano Matt Harding y el francés Franck Mantegari.

Entre las cosas para las que debe servir un Festival de Jazz, está dar a conocer a un público amplio los nuevos valores que hasta el momento sólo habían sido descubiertos por unos pocos. Era el caso de Joan As Police Woman, para la que se programó una sesión “golfa” (a medianoche) el día 24 en el Auditorio del Kursaal.

El principal protagonista de la jornada, no obstante, era otro: Herbie Hancock. El carismático pianista vino por quinta vez a San Sebastián y esta vez no se marchó de vacío, pues se llevó el Premio Donostiako Jazzaldia. Le precedió en la Plaza de la Trinidad Richard Bona, el cantante y bajista camerunés que ha construido una propuesta del gusto del público fundiendo la tradición vocal africana con la instrumentación del jazz.

Había otro músico muy famoso en San Sebastián este día: Bill Wyman, el que fuera bajista de los Rolling Stones, que lidera una potente banda de blues capaz de mantener marcando el ritmo a las 7.000 personas que disfrutaban de la cálida noche en la Playa de Zurriola.

Uri Caine presentó junto a sus músicos en el Auditorio el Mozart Project. Igual que ha hecho en otras revisiones de clásicos (Bach, Mahler, Wagner, Schumann), Caine demuestra a la vez su respeto por ellos y su capacidad de innovación.

Hay momentos en que el espectador se da cuenta de que aún le queda mucho recorrido a esa música que hemos convenido en llamar jazz. Ese momento se produjo el día 25 de julio en la Plaza de la Trinidad, cuando la Matthew Herbert Big Band estableció los parámetros de lo que es la big band del presente-futuro. Previamente, otra big band de mucha enjundia, también con unos estupendos arreglos: la del joven saxofonista catalán Llibert Fortuny.

El Auditorio del Kursaal volvió a enmudecer. Sucede de vez en cuando. No sólo las personas se callan, también el edificio guarda silencio. Había que contener la respiración, había que apropiarse de cada nota. Estaba en el escenario el trío mágico Keith Jarrett-Gary Peacock-Jack DeJohnette.

¿Qué más se podía pedir? Pues claro que se podía. Por ejemplo, un concierto en medio de las intrigantes esculturas de Eduardo Chillida, con Oregon tocando.

Tal como iban las cosas, el 41 Heineken Jazzaldia solo podía tener un final feliz en la última jornada. Bastaba con ver las caras de quienes salían del Kursaal de escuchar el recital exquisito que dio Caetano Veloso en solitario, pleno de matices y de sentimientos.

En la Trini esperaba con su enorme figura Solomon Burke, el rey del soul. Y para redondear la fiesta, The Neville Brothers, directos desde Nueva Orleans, con una imparable verbena de blues, gospel, soul y hasta reggae.

La riada humana se dirigió entonces hacia el Kursaal, donde pinchaba Herbert, convertido ya en un héroe para el público más joven. Y aún quedaba lo último de lo último en la Carpa Heineken con un grupo de Baiona, Old School Funky Family.

Llegó la hora del recuento: el récord de público de la 40ª edición, los 106.000 espectadores de 2005, había saltado por los aires y la cifra final de la 41ª edición se situaba en 113.500 espectadores

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Fotografías del Festival

Cartel

Cartel 41 Jazzaldia 2006.

Cartel 41 Jazzaldia 2006.