2004
El 39º Festival se presentaba bajo la pancarta de la variedad musical. Los músicos procedían de más de veinte países distintos y constituían un auténtico mapamundi artístico. Junto al jazz, en sus vertientes clásica y contemporánea, numerosas músicas étnicas (africana, brasileña, latina, india) encontraron su hueco en la programación, en una muestra de pluralismo cultural.
Balance
Fue Carlinhos Brown el que más expectación despertó, y su concierto en la Plaza de la Trinidad fue, efectivamente, una gran fiesta, con 3.500 personas entregadas a la simpatía y el ritmo del músico de Bahía y sus acompañantes. La responsabilidad de cubrir la primera parte recayó en Javier Colina Combo, que con su música afrocubana consiguió mantener contento al respetable hasta la aparición de Carlinhos.
Lo sucedido en el entorno del Centro Kursaal desbordó todas las previsiones. El viernes, en el Jazz Band Ball inaugural, un gentío enorme se desparramó por los distintos escenarios instalados en las terrazas y en la playa, en una jornada de auténtico encuentro social. Atomic, el quinteto formado por suecos y noruegos, logró la unanimidad elogiosa de los críticos y se convirtió en el triunfador artístico de la noche, aunque el héroe popular fue el nigeriano Femi Kuti, hijo del legendario Fela, que puso a bailar a la playa ya de madrugada. Como de costumbre, todas las personas que pasaron por allí encontraron su música: el jazz latino de Danilo Pérez, la fusión afrojazzística de Kora Jazz Trio, la cantante revelación Rebekka Bakken o el soul funky de Roy Ayers.
El Auditorio del Kursaal se confirmó como un escenario extraordinario, con una acústica y una visibilidad soberbias. Allí, el Art Ensemble of Chicago reiteró su propuesta de free jazz homenajeando a Lester Bowie y Malachi Favors, dos de sus fundadores ya desaparecidos; Jan Garbarek ofreció un concierto bello, recreándose en la pureza de cada nota, con un sonido perfecto; The Manhattan Transfer demostró que siguen siendo el grupo vocal por excelencia, con su habitual profesionalidad y su gran tirón de público; Rickie Lee Jones se mantuvo fiel a su personalísimo estilo; y Shirley Horn dejó constancia de que es una de las últimas grandes damas del jazz.
Shirley Horn recibió, precisamente, uno de los dos premios Donostiako Jazzaldia de esta edición. El otro fue para el cineasta y productor discográfico Fernando Trueba, al que se le reconoció su intensa labor de promoción del jazz latino.
Los restantes conciertos de la Plaza de la Trinidad tuvieron como protagonistas a John Scofield, uno de los principales guitarristas actuales, en formato de trío; al trompetista noruego Nils Petter Molvaer, el padre del electrojazz; John McLaughlin & Shakti, con esa interesante visión del jazz a través de los músicos y los instrumentos de la India; el contrabajista checo Miroslav Vitous; el cantante, organista y guitarrista Steve Winwood, que basó la mayor parte de su concierto en repertorio de la época de Traffic; las seis cantantes agrupadas en el espectáculo Daughters of Soul; y el fin de fiesta caribeño, con un Cachao pletórico a sus 86 años y una Spanish Harlem Orchestra que reunía a algunos de los mejores músicos latinos con el refuerzo del popular cantante panameño Rubén Blades.
El Festival organizó un club de jazz, el Heineken Jazz Club, en la zona de congresos del Centro Kursaal. Su programación estuvo dedicada al contrabajo. Si otros años se había programado un ciclo integral de un músico (Uri Caine, Dave Douglas), en esta ocasión fue un instrumento el protagonista del ciclo. Cuatro grandes contrabajistas (Gonzalo Tejada, David Mengual, Baldo Martínez y Henri Texier) actuaron con sus respectivos grupos en ese recinto, preparado para la ocasión a la manera de un club, con veladores y una iluminación adecuada en penumbra.
De los numerosos conciertos gratuitos (dos tercios del total de los programados) que se celebraron en el entorno del Kursaal, con un constante trasiego de gente, la crítica y el público coincidieron en ensalzar los dos de los brasileños Zuco 103, el de Hadouk Trio, con su música impregnada de esencias orientales, los dos de Ximo Tebar-Joey DeFrancesco, con toda la potencia del órgano Hammond, también los dos de Alvin Queen & Organics, donde el hábil batería dejó sentada no sólo su categoría de instrumentista, sino también como líder de una extraordinaria banda, el del innovador y vitalista pianista Robert Glasper y la apoteosis de los tres conciertos que ofrecieron los ya citados Atomic.
El cartel del 39º Festival era atrayente a primera vista y el ambiente previo era favorable. Sólo faltaba que el tiempo acompañase para batir todos los récords, y acompañó: no llovió en ninguna de las seis jornadas (salvo un pequeño chaparrón que refrescó el ambiente en el concierto de Rubén Blades), algo que no había sucedido desde hacía bastantes años. Así que se rompieron las marcas: la asistencia se cifró en 68.500 personas.
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