2003
La expectación era muy grande desde mucho antes del Festival. Las entradas para Van Morrison se pusieron a la venta el 25 de mayo y se agotaron en apenas cuatro horas.
Balance
Pero también Bebo Valdés, al que se entregó el Premio Donostiako Jazzaldia de ese año, demostró tener un gran tirón popular: las localidades para su concierto en la Plaza de la Trinidad junto al cantaor Diego “El Cigala” y para su recital en la Sala de Cámara del Kursaal en dúo con el contrabajista Javier Colina se acabaron dos días antes de empezar el Festival. Asimismo, hubo que parar la venta de entradas para la Trinidad horas antes de los conciertos de Solomon Burke, Dr. John, Cassandra Wilson y Herbie Hancock, porque el aforo del entrañable recinto de la Parte Vieja ya no daba para más.
El ciclo “Jazz en el Kursaal” no se limitó a Van Morrison, sino que programó otros conciertos que obtuvieron el asentimiento del público y la crítica: todos agotaron el taquillaje. Escuchar en la Sala de Cámara a Bebo Valdés en dúo con el contrabajista Javier Colina, a Brad Mehldau en trío, a Medeski, Martin & Wood en formato acústico y a la delicada pianista y vocalista brasileña Eliane Elias fue un auténtico lujo musical.
Esta edición del Jazzaldia supuso la consolidación del Kursaal y de la Zurriola como espacio festivalero. Miles de personas acudieron cada noche a las diferentes propuestas musicales ofrecidas allí de manera gratuita. Era un espectáculo ver la arena frente al Escenario Verde llena de gente, mientras mucha más seguía el concierto desde la barandilla. Había momentos en que aquello parecían los fuegos artificiales de la Semana Grande. Bugge Wesseltoft y su discípula Beady Belle triunfaron en la noche del Gazztejazz, la jornada más específicamente diseñada para el público joven, y Charmaine Neville encantó al público de todas las edades con su dominio de los diversos registros de la música de Nueva Orleans.
Isaac Hayes canceló su gira dos semanas antes del Festival y fue sustituido en la Trini por Dr. John, que estaba ya programado en el Escenario Verde.
El Jazz Band Ball inaugural batió los récords de asistencia de público. A la variedad del programa, apto para todos los públicos, se unió un tiempo magnífico. Aún estaban los últimos bañistas en la playa cuando NoJazz abrió la sesión en el Escenario Verde, instalado en plena arena de La Zurriola. Después, por ese mismo escenario, la Carpa Heineken y el Espacio Frigo fueron turnándose Bruce Barth Trio + Perico Sambeat, La Fábrica de Tonadas (un interesante proyecto conjunto del cantante Santiago Auserón, uno de los ídolos del pop español de los 80, y varias de las principales figuras del jazz hispano, como Chano Domínguez, Jorge Pardo y Javier Colina), la cantante Malia, el Bennie Wallace Quartet, la voz africana de Angélique Kidjo y el iconoclasta DJ Spooky.
Van Morrison no defraudó a su público incondicional y todos salieron satisfechos del Kursaal. En una Trini abarrotada aguardaba un espectáculo aún mayor: Solomon Burke. Este cantante de gran humanidad, tanto en el sentido espiritual como corporal (fue necesaria una plataforma elevadora para izarlo hasta el escenario y cantó todo el tiempo sentado en un amplio trono que la organización consiguió encontrar en el Palacio de Ayete), demostró que el soul es eterno. Pletórico de voz y de sentido del espectáculo, arrojando rosas a las damas y haciendo subir al escenario a un grupo de espectadores, se metió a todo el mundo en el bolsillo. Van Morrison acudió a los camerinos de la Trinidad para ver el final de la actuación de Burke. Allí estaba también Dr. John, que tocaba después del Rey del Rock’n’Soul, y los tres se saludaron efusivamente. Dr. John y Van Morrison se plantearon cantar algo juntos, pero finalmente el irlandés, agotado tras su concierto del Kursaal, optó por volver al hotel. Dr. John no dejó que se le echara de menos: puso sobre el escenario todas las facetas de la música de Nueva Orleans y eso es mucho.
Steve Turre no sólo es uno de los mejores trombonistas de jazz, sino que además ha llevado a cabo un original proyecto musical basado en caracolas marinas, con las que es capaz de hacer solos y armonías orquestales. Así lo demostró en la Trinidad con su banda Sanctified Shells. Dio otros dos conciertos más ortodoxos, uno con un sexteto con cuerdas y otro de homenaje a J.J. Johnson en quinteto. Fue uno de los ciclos del Festival. El otro lo protagonizó el siempre interesante trío neoyorquino Medeski, Martin & Wood con otros tres conciertos.
La emoción alcanzó su punto culminante con la reunión de los Valdés, Bebo y Chucho, en la Plaza de la Trinidad. En la primera parte estaba programado Bebo Valdés con Diego “El Cigala” para presentar Lágrimas negras, un acertado hermanamiento del bolero y el flamenco. La segunda parte le correspondía a Chucho Valdés al frente de su potente banda, Irakere. Padre e hijo, separados durante muchos años, se abrazaron en el escenario y tocaron un par de piezas juntos. Por la mañana, Bebo quiso compartir con Chucho y sus otros hijos músicos (Mayra y Rickard) el acto de entrega del Premio Donostiako Jazzaldia, en el que declaró: “Dizzy Gillespie me comentó una vez que me visitó en Estocolmo que el mejor festival de jazz de Europa, y del mundo, era el de San Sebastián. Ahora veo que se quedó corto”.
El Festival de Jazz de San Sebastián llevaba años queriendo contratar a Cassandra Wilson y por fin en esta edición cumplió su sueño de presentar al público donostiarra a esta esmerada cantante. En la segunda parte, Herbie Hancock y el vibrafonista Boby Hutcherson dieron un largo y sólido concierto que entusiasmó a una abarrotada Plaza de la Trinidad.
Todo iba bien y sólo faltaba que el Festival terminase en fiesta, y en fiesta terminó. Randy Brecker-Bill Evans Soul Bop Band calentaron al público con su potencia sonora, pero fueron Los Gigantes del Jazz Latino, una irrepetible formación que reunía a los mejores músicos de ese género, quienes pusieron a bailar a la nutrida concurrencia. Reforzaba al conjunto nada menos que Eddie Palmieri, con quien el desaparecido Tito Puente grabó su último disco, y el concierto fue precisamente un homenaje al autor de Oye cómo va.
El número total de espectadores fue estimado en 66.000. El ambiente en la ciudad fue magnífico y esos días no se hablaba de otra cosa. La satisfacción fue general entre los organizadores, público, músicos y especialistas extranjeros, varios de los cuales situaron al Festival de Jazz de San Sebastián entre los mejores del mundo.
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